(Este es un post para despejar la mente de la violenta vida cotidiana en una ciudad que para mí no tiene remedio)

Cuando escuche en las noticias sobre los conflictos a los que se enfrentaban pobladores de la localidad de Tambo en el departamento de Arequipa, recordé que en ese mismo lugar existe un pueblo llamado Cocachacra. Lamenté mucho el saber de los problemas que se suscitaban en ese pedazo de tierra tan pacífico y familiar para mí, un lugar del que tengo muy gratos y hermosos recuerdos.

Pero yo encontré otro Cocachacra, un trozo del paraíso enclavado a un lado de la Carretera Central, un poco más arriba del peaje de Corcona, camino a Matucana.

Cocachacra es un pequeño pueblo cuyas casas aún conservan el encanto de las casas hechas de quincha y adobe, como antiguamente se hacían las casas en el Perú. Aún quedan algunas de esas pocas casitas hermosas de variados colores que dan la sensación de abrigar al que se cobije debajo de sus altos techos.

A tan pocos minutos de esta Lima convulsionada, pude respirar aire limpio y ver un cielo claro, apreciar el atardecer sin escuchar el ruido ensordecedor de los motores, ni de las bocinas de los vehículos y me dediqué a fotografiar algunas partes de ese lugar llamado Cocachacra como si quisiera adueñarme de alguna imagen que me regale la atmósfera de lo no profanado por la inmisericorde modernidad.

Espero que nada haya cambiado todavía en ese pequeño pueblo y que cuando vuelva, pueda mirar esas casas de adobe, con ventanas grandes y puertas altas hechas de madera que me dan la sensación de que puedo encontrar ahí esa paz y esa tranquilidad que he perdido.

Elva Tocunaga

Agosto de 2011